Segunda etapa del Camino de Santiago desde Madrid: un día bajo el sol, una peregrina rumbo al Mercadona, desvíos inesperados y una llegada mágica a Manzanares el Real. Humor, reflexión y cerveza bien helada al final.

Amaneció temprano en Tres Cantos. El sol ya amenazaba con mostrarnos su peor cara, y por eso, adelantamos la salida. Las altas temperaturas no eran un enemigo menor. Sergio, nuestro querido Párroco, y yo, decidimos reducir el grupo a no más de 25 valientes. Menos para no perdernos, más para mantener la magia.
Faltó una pieza clave: la Organizadora. Y sí, se notó. Sus cronogramas, sus recordatorios y esa mirada de “aquí falta disciplina” hacían falta. Pero no íbamos a detener la aventura. O al menos, eso pensábamos…
Comenzamos casi puntuales. Sergio partió con el grupo principal mientras yo me quedaba con los rezagados. Entre ellos, la Chica Thermomix (confundida con la hora) y Doña Despiste, que estaba a medio metro del punto de encuentro pero convencida de que el grupo ya se había ido. Clásicos del camino.
Pero lo mejor aún no había llegado…
Apareció ella: Dulcinea. Jeans ajustados, zapatillas de calle y una bolsa de supermercado. Me saludó con ternura:
—Hola, soy parte del grupo de peregrinos.
—¿Y esa bolsa…?
—Es que cuando termine el tramo me paso por el Mercadona a hacer la compra de la semana.
Pensé que era una broma. No lo era.
El sol empezaba a picar y Dulcinea caminaba como quien va al quiosco. El ritmo era lento, errático, y la ruta no perdona: 27 kilómetros, casi sin sombra, 400 metros de desnivel. El pronóstico era de 27 grados a la sombra… que no existía. A los pocos kilómetros, la situación era insostenible. Paramos varias veces, la más insólita en el cementerio de Colmenar Viejo, donde un banco se convirtió en oasis de descanso.
—¿Tú crees que puedo llegar a Manzanares?, me preguntó.
—Yo creo que estamos más cerca de nuestro destino final… que de Manzanares, respondí sin filtro.
Rió. Reimos. Y entendió.
Nos dirigimos juntos a la parada del autobús. Su próxima etapa sería, literalmente, la de los lácteos en Mercadona. Doña Despiste se unió al descanso, aunque por suerte no fue un “descanso en paz”.
Mientras tanto, el grupo de Sergio seguía su marcha. Llegaron a Colmenar Viejo, se unieron nuevos caminantes, y el Camino tomaba nueva forma. Yo intenté alcanzarlos, pero el desfase ya era mucho.
Para añadir una pizca de caos (que nunca falta), un grupo confundió la señalización al cruzar las vías del tren y hizo cuatro kilómetros de más. El Camino, como siempre, enseñando que hay que mirar dos veces antes de dar el paso.
Pero como toda buena historia, el final fue redentor. Cruzar el puente romano y ver La Pedriza bañada por el sol fue una estampa de postal. El calor, los errores y las risas se mezclaban con la satisfacción.
Y entonces, un mensaje mágico:
> “Ya llegamos y te estamos esperando con una cervecita bien helada.
”Ese mensaje de Sergio fue como el Santo Grial del día. Llegué. Brindamos. Reímos. Y cerramos otro capítulo de este viaje iniciático.
—✨ Reflexión del tramo:
No todos los caminos son iguales, y no todos los cuerpos están listos para ellos. Esta etapa nos enseñó que, por más entusiasmo que tengamos, hay que informarse, conocer las propias limitaciones, y no subestimar el sendero. El Camino de Santiago no es un paseo dominical por El Retiro. Es hermoso, sí, pero también implacable.
Hoy terminamos con una sonrisa. Pero no siempre será así. Preparémonos, escuchemos al cuerpo, y sobre todo, caminemos juntos.
Buen Camino.