La Ruta del Cares: Un susurro entre montaƱas

Hay decisiones que se toman con la cabeza, otras con el corazón… y luego estĆ”n esas que parecen nacer de un susurro del destino. AsĆ­ empezó esta historia. La idea de recorrer la Ruta del Cares surgió casi por accidente, como esas invitaciones que no esperas, pero que sabes que cambiarĆ”n algo dentro de ti.

Habíamos oído hablar mucho de este sendero legendario: un trayecto de 24 kilómetros, ida y vuelta, tallado en las entrañas de los Picos de Europa. A simple vista, no presentaba grandes dificultades. Pero no nos engañemos: es una ruta de montaña, con precipicios, desfiladeros y puentes colgantes que hacen temblar el alma. Un camino donde la belleza se entrelaza con el vértigo, y la prudencia es la mejor compañera, sobre todo si el clima amenaza con cambiar.

Para prepararnos, contactamos con Inés, guía local, alma libre y voz de la sabiduría asturiana. Ella nos puso en situación, nos habló de la montaña como quien presenta a una vieja amiga, noble pero temperamental.

Ɖramos ocho aventureros. O al menos eso creƭamos.

Al llegar a Oviedo, capital del Principado de Asturias, nos alojamos en el cÔlido Aparthotel Campus. Lo elegimos como base de operaciones, sabiendo que el clima en esta tierra cambia mÔs rÔpido que los pensamientos de un poeta. La bienvenida fue digna de un cuento: el personal del hotel nos recibió con sonrisas, recomendaciones sinceras y, por supuesto, nos indicaron dónde probar la mítica sidra asturiana.

Esa primera noche, la magia de Asturias ya empezaba a hacer efecto. Pero el sÔbado trajo su propia sorpresa: dos de nuestros compañeros se bajaron del plan. ¿La razón? Un recital en Gijón demasiado tentador. La música venció a la montaña. Quedamos seis.

Madrugamos con ilusión. Nos esperaban aún mÔs de 120 kilómetros hasta Poncebos, punto de partida de la ruta. Inés, puntual como los latidos del camino, nos recogió con su furgoneta y una sonrisa que no presagiaba lo que vendría: sorpresas, historias y muchas risas.

—¿Alguien tiene vĆ©rtigo? —preguntó de golpe, mientras el motor rugĆ­a suavemente.

Dos manos se levantaron tímidamente. Aún no entiendo cómo no frenó en seco.

—Yo tengo vĆ©rtigo… pero normal —dijo una de las chicas.

—Y yo no tengo vĆ©rtigo… solo miedo a las alturas —aƱadió otra, como si eso fuera mejor.

Por suerte, todo quedó en anécdota: nadie sufrió vértigo ni se asomó demasiado al abismo. Durante el trayecto, Inés nos fue tejiendo historias de la Bella Asturias: leyendas de pastores, montañas que hablan, lobos que custodian senderos invisibles y pueblos que aún creen en las xanas, esas hadas que protegen las fuentes.

El alma de la montaƱa

Al llegar a Poncebos, el aire olĆ­a a piedra, a rĆ­o y a historia. El Cares no es solo un camino: es una cicatriz de amor entre montaƱas. Esta ruta fue creada a principios del siglo XX para permitir el mantenimiento del canal hidrĆ”ulico que conecta CaĆ­n con Poncebos. Un canal de agua que dio vida a las turbinas de una central elĆ©ctrica… pero que hoy da vida a los sueƱos de caminantes que buscan perderse para encontrarse.

El sendero fue tallado a golpe de dinamita y esfuerzo humano en un tiempo sin mÔquinas modernas. Imaginar a aquellos obreros colgados de las rocas, perforando túneles con sus manos, es suficiente para entender que aquí, en este lugar, el coraje ha dejado huella.

Comenzamos el sendero con paso firme y alma abierta. Las gargantas del río Cares nos escoltaban, y el sonido del agua era como una canción lejana. Las paredes de roca nos abrazaban con su silencio, y los puentes colgantes nos ofrecían vistas que hacían latir fuerte el corazón.

Casi sin darnos cuenta, llegamos a Caƭn. Allƭ, entre casas de piedra y montaƱas eternas, nos esperaba un chiringuito con sidra fresca. Bebimos como si fuera agua bendita. Y en cierto modo, lo era.

El regreso, y la promesa

Tras un merecido descanso, emprendimos el regreso. El camino ya era nuestro amigo. Lo conocƭamos. Nos hablaba. Y como todo lo que se ama, el trayecto de vuelta se nos hizo mƔs corto, mƔs ƭntimo.

Al llegar de nuevo a Poncebos, la foto de grupo fue inevitable. Una promesa tambiƩn: la de volver. Porque nadie camina el Cares una sola vez. No si de verdad ha escuchado su llamada.

El regreso al hotel fue en silencio. Cada uno, con su mirada perdida en el recuerdo, saboreaba el cansancio y la emoción. El sol de mayo nos regaló un calor inusual, casi veraniego, como si la montaña misma nos hubiera abrazado por un día.

Inés nos dejó en la puerta, tal como nos había recogido. La despedida fue larga, agradecida, feliz. Y en nuestros ojos, quedó la chispa de quienes saben que han vivido algo único.

Prometimos volver. Porque las montaƱas, como los grandes amores, nunca se olvidan.
Y Asturias… Asturias siempre espera.

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