El amanecer nos reunió otra vez. Esta vez, en el bullicioso intercambiador de Plaza Castilla, punto de partida y de reencuentro. Entre termos de café, mochilas cargadas y alguna mirada aún dormida, se notaba la emoción del nuevo tramo. El destino del día: Cercedilla.

El horario estaba claro: media hora antes de que saliera el mítico bus 724, ese dragón metálico que nos llevaría desde el ruido de Madrid hasta los pies de la Sierra. Cada peregrino llegaba con su historia reciente, su anécdota del último tramo, o una nueva ilusión bajo el brazo.
El pronóstico del tiempo era, como siempre, impredecible. Una mezcla entre “lleva chubasquero” y “no te olvides la gorra”. Pero en el Camino eso ya no sorprende.
El autobús se hizo desear, pero llegó. Casi medio bus era nuestro. Las risas y las conversaciones llenaban el aire de un entusiasmo contagioso. Cuarenta y cinco minutos después, ya estábamos en Manzanares el Real, donde nos esperaba el Párroco Sergio con su café caliente, ese que tiene más poder que una bendición.
Tras el riguroso sello de credenciales, comenzamos la marcha hacia Cercedilla. Y lo que parecía un camino más… resultó ser una ruta llena de encanto, leyendas y, cómo no, algún que otro despiste digno de comedia divina.
🌿 Ermita de San Isidro (3,1 km)
Dicen que quien bebe agua frente a esta ermita empieza a caminar con alma renovada. Nosotros solo encontramos una fuente y una sombra generosa, pero el aire olía a promesa. La primera parada del día sirvió para ajustar mochilas y corazones.

🌉 Puente de la Potaja (3,5 km)
Antiguo, de piedra, y con nombre de cuento. Se dice que por las noches sus piedras murmuran historias de pastores y caminantes perdidos. Nosotros solo escuchamos el murmullo del agua… y a Doña Despiste, que casi se pierde otra vez.
💧 Fuente en Mataelpino (5,9 km)
Allí el sol empezaba a reinar. Una fuente que parecía salida de una postal, custodiada por el silencio del pueblo. Maruca declaró solemnemente que el agua tenía poderes milagrosos. Sergio la secundó, aunque sospecho que solo buscaba excusa para una segunda ronda.
🪶 Abrevadero de la Vereda del Guerrero (6,5 km)
El nombre ya imponía respeto. Algunos aseguraron ver la sombra de un viejo caballero con capa y bastón. Probablemente era Lucas, buscando cobertura móvil. De todos modos, el lugar tenía un aire místico que invitaba al descanso breve y a la contemplación.
🌊 Puente sobre el Río Navacerrada (12,1 km)
Un puente sencillo, pero con alma de guardián. Al cruzarlo, el paisaje cambiaba: el aire más fresco, los colores más vivos. Algunos dijeron sentir que el Camino “empezaba de nuevo” allí. Otros simplemente agradecieron la brisa.
💦 Fuente del Gargantón (13,1 km)
La bautizamos como “la fuente de los milagros mínimos”. Nadie sabe si fue el agua o el descanso, pero las ampollas dejaron de doler. O quizá fue la fe. En el Camino nunca se sabe.
🏛️ Ayuntamiento de Navacerrada (13,5 km)
Llegar allí fue casi una fiesta. Las terrazas, los bares, las risas… todo invitaba a detenerse. Pero Sergio, firme como buen guía espiritual, pronunció la frase temida:
“No es momento aún.”
Fue un golpe al alma y al estómago. Pero obedecimos. A regañadientes, claro.
💧 Fuente del Rebosadero (14,4 km)
Otra pausa bendita. Allí el agua corría alegre, y algunos peregrinos aprovecharon para mojar el rostro y seguir soñando. Doña Despiste perdió el bastón. La Rectora lo encontró. Orden cósmico restablecido.
🪵 Fuente Majalzarzal (16,1 km)
Ya el cuerpo pedía descanso, y el alma lo celebraba. Entre risas y sombras, el grupo se volvió una familia improvisada. Las montañas de la Sierra de Guadarrama nos abrazaban con una luz dorada, y el rumor del viento parecía susurrar:
“Ya casi llegan…”

🏔️ El ascenso final a Cercedilla
La subida fue exigente, casi poética en su dureza. Cruzar la carretera con el sol bajando tras los pinos fue un momento de postal. Las piernas pesaban, pero la emoción empujaba más fuerte.
Y entonces, Cercedilla. Ese nombre que sonó como música después de tantas horas. Calles tranquilas, aire puro, y la sensación de haber ganado una pequeña batalla interior.
El Párroco, siempre en su papel, alzó una cerveza y dijo:
“Brindemos por lo que hemos caminado… y por lo que aún nos espera.”
Y así fue. Entre brindis, abrazos y risas, entendimos que el Camino nos estaba transformando, paso a paso, historia a historia.
Lo mejor, como siempre, está por venir.
✨ Reflexión del tramo:
Cada etapa tiene su propia voz. Esta habló en el idioma de las montañas, del esfuerzo compartido y del humor necesario para no rendirse. Aprendimos que el Camino no se mide en kilómetros, sino en momentos: en risas, en silencios, en esas miradas cómplices que solo entienden los que caminan contigo.