El único sonido que me llega es el de mis botas pisando lo que en otro tiempo fueron las calles de otro de esos pueblos sin humo que tenemos en Asturias, el viento que mece a una naturaleza asombrosa es el único que a la vez que yo se desliza y contempla como el musgo cubre la piedra a su antojo, como se desliza por lo que antes eran las puertas y ventanas de las casas que ahora languidecen derribadas, derrumbadas, muertas sin dar vida, en un lugar tan hermoso que cuesta trabajo abandonarlo, al menos a mi. Mi mapa me dice que me encuentro en el Valle del Desterrado, ¿desterrado? ¿acaso ya cuando se asentaron aquí los primeros hombres predijeron el abandona al que sería sometido? Yo, como todos lo que por aquí ahora pasamos solo estamos de paso, de ida y tal vez algunos al regreso, al menos yo lo hice así, porque quería volver a verlo y ahora aquí sentado en la comodidad de mi casa, aun pienso como pensaba al llegar e irme de Ancadeira: ¿por qué te han abandonado?
Cuentan que en el pueblo de Santa Eulalia de Oscos vivía un Señor (de los con mayúsculas) y para el trabajaban muchos criados, un día que regresaba con uno de ellos de una jornada de caza, se le hizo tarde para acudir a la misa, aunque el Señor no quería perderse la celebración y ordenó a aquel criados que apenas era un muchacho que fuese galopando y diese orden al cura de retrasar la ceremonia. Y aquel muchacho así lo hizo, llegó a la iglesia y la misa ya había comenzado, entró y le dijo al cura que parase y esperase a su Señor que estaba en camino, pero el cura continúo dando misa sin hacer caso del criado. Al llegar el Señor todos los feligreses abandonaban la iglesia, enfureció y dio orden al criado de que matase al cura, este obedeció y le dio muerte; el Señor delató al criado de la muerte del cura, el castigo sería morir en la horca. Cuentan que en aquella época todos los vecinos del pueblo eran nobles, excepto nuevo hombres; cuando llegó el día no había brazos suficientes para elevar la horca, ya que los nobles no podían ejercer de verdugos; decidieron entre todos ellos librarlo de la ejecución y desterrarlo de por vida a un lugar donde no oyera «“carro rinchar, galo cantar ni campá soar” (carro rodar, gallo cantar ni campana sonar). Por aquel entonces muy poca gente se aventuraba a ir más allá de la aldea de Ancadeira y a ese lugar lo confinaron, desde ese día a ese valle se conoce con el nombre de El Valle del Desterrado.
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