El reloj marcaba las 9:15 cuando nos reunimos junto al Parking del Embalse del Romeral. La brisa de un otoño cálido nos abrazaba, como si la naturaleza quisiera recibirnos con suavidad en esta aventura. Había caras conocidas y otras nuevas, todas compartiendo un entusiasmo contagioso. Antes de partir, di la bienvenida al grupo con unas palabras sencillas y recordé las recomendaciones básicas para la ruta. Entre risas nerviosas y ajustes de mochilas, comenzamos a caminar.

Primeros pasos hacia la Fuente de Santiago Arroyo (1.1 km)

El sendero inicial, rodeado de hojas crujientes y una mezcla de aromas a tierra húmeda y pino, nos llevó en un susurro al primer punto: la Fuente de Santiago Arroyo. Su agua clara y fría parecía un regalo sencillo, pero perfecto, como si la naturaleza supiera lo necesario que era un momento así para romper la rutina. Algunos llenaron sus botellas, mientras otros tomaron fotos, pero todos coincidimos en el encanto humilde de este rincón.

Hacia el Mirador de los Alerces (1.7 km)

La subida al Mirador de los Alerces nos sacó las primeras gotas de sudor, pero también nos ofreció las primeras panorámicas que dejaban sin aliento. Desde allí, el horizonte se extendía como un lienzo pintado de verdes y ocres, con el embalse asomándose tímidamente a lo lejos. Era imposible no detenerse a contemplar el contraste de colores, el silencio roto solo por el susurro del viento y las risas del grupo.

Descubrimos la Cueva Refugio (2.0 km)

El siguiente tramo nos llevó a la Cueva Refugio, un pequeño rincón que parecía sacado de una historia antigua. En su interior, la penumbra y el eco creaban un ambiente mágico. Imaginamos a pastores o aventureros descansando allí siglos atrás. Fue un lugar perfecto para una pausa breve, donde las historias inventadas fluyeron entre nosotros, haciendo del momento algo más que una simple parada.

Fuente del Trampalón (2.3 km)

Al llegar a la Fuente del Trampalón, el agua que brotaba con fuerza nos recordó la generosidad inagotable de la naturaleza. Nos mojamos las manos, algunos hasta la cara, y el frescor nos renovó el ánimo para continuar.

Mirador Cruz de Rubens (3.8 km)

La Cruz de Rubens marcó el punto más espiritual del recorrido. El mirador ofrecía una vista que parecía infinita, y, por unos minutos, el grupo guardó silencio. Allí, con el viento acariciándonos el rostro, cada uno parecía encontrarse consigo mismo, contemplando el vasto paisaje que se extendía bajo nuestros pies.

Abantos y la fuerza de la cima (7.0 km)

El ascenso al Abantos fue un reto, pero alcanzarlo fue una conquista compartida. Nos sentamos en las rocas, compartimos frutos secos y anécdotas, y nos dimos cuenta de lo pequeños que somos ante la inmensidad de la naturaleza.

Mirador Valle de los Caídos (7.3 km)

La vista del Valle de los Caídos desde el mirador nos dejó una sensación mixta: admiración por el paisaje y reflexión por lo que representa. El sol jugaba con las sombras de las montañas, regalándonos un espectáculo único que llevó a varios a sacar sus cámaras para capturar ese instante irrepetible.

El regreso: fuentes y cascadas mágicas

El descenso nos llevó de vuelta a la Fuente del Cervunal, y poco después, la magia apareció con la Cascada del Romeral. Su sonido, como un susurro constante, nos llenó de paz. Parecía que el agua nos invitaba a detenernos, a simplemente estar presentes. La Fuente de la Teja fue la última parada antes de regresar al embalse, y el cansancio comenzaba a hacerse notar.

De vuelta al Embalse del Romeral (11.8 km)

Al llegar al punto de partida, la sensación fue de plenitud. Habíamos recorrido 11.8 km cargados de paisajes, emociones y conexión con lo esencial. Nos despedimos con sonrisas y promesas de volver a compartir caminos.

Ese día, más que una ruta, vivimos una experiencia que quedará grabada en cada uno de nosotros. Porque no solo caminamos por senderos, sino por emociones que nos recordaron lo valioso que es simplemente caminar.