Capítulo 3: De Sarria a Portomarín

Un puente, una campana, y una misa que nadie esperaba

🛏️ La noche antes de caminar

Después de la llegada a Sarria, la emoción aún flotaba en el aire. El conserje del albergue, con voz pausada y sabiduría de quien ha visto pasar miles de mochilas, nos entregó lo necesario:
la Credencial del Peregrino —nuestro pasaporte hacia Compostela— y las etiquetas para el transporte del equipaje.

A las 22:30 h, la calma se adueñó del albergue. Las luces se apagaron y cada uno ocupó su litera como quien toma posición para un sueño sagrado.
El Párroco (Sergio) en la cama de arriba, yo en la de abajo. A nuestro lado, La Senderista (Olga), siempre serena. Un par de camas más allá estaban La Chef Michelin (Manuela), Miss Colombia (Teresita), La Rectora (Almudena) y La Sra. Organización (Raquel), planeando en silencio el día siguiente.
Dormir en un albergue, con desconocidos, con mochilas en fila y murmullos ajenos… era una experiencia nueva. Y mágica.

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☕ El amanecer de nuestra aventura

A las 8:00 h estaba pactado el inicio. Pero la ansiedad se adelantó. Nadie necesitó despertador. El murmullo de la lluvia que había acompañado toda la noche fue el presagio silencioso de lo que nos esperaba.
Yo fui el primero en levantarme y me acerqué a la puerta del albergue. La calle mojada brillaba bajo el gris del amanecer. No dije nada. Preferí dejar que cada uno lo descubriera por sí mismo.

El desayuno fue breve. Tensos. Nerviosos. Emocionados.
Afuera, un cartel con la flecha amarilla nos señalaba el camino. Nos miramos…
A por ello.

Y así comenzó. El Camino.


📸 Las primeras huellas

Justo en la salida de Sarria, frente al cartel de piedra, nos detuvimos. Teníamos que inmortalizar ese momento. Estábamos todos secos, pero con la ilusión empapada.

La Guía Espiritual (Gerardo) lanzó su primera reflexión del día:
—“No caminamos hacia Santiago… caminamos hacia nosotros mismos.”
Silencio. Luego risas.

Al cruzar el viejo puente que nos despedía de la ciudad, nuestras manos acariciaban las piedras húmedas, como si pudiéramos absorber la energía de todos los peregrinos que pasaron antes que nosotros.


🌿 Galicia nos abraza

Más de veinte kilómetros por delante.
El verde eterno de Galicia nos envolvía en cada curva. El aire olía a eucalipto, a tierra mojada, a historia viva.

La Rectora tomaba notas mentales de cada cruce, cada mojón, cada hito.
Raquel, con su GPS humano, guiaba con su lema:
—“Siempre el camino histórico, así no nos separamos.”

Y justo antes del mediodía, ocurrió uno de esos momentos que se graban para siempre:
el mojón de los 100 km.
Aún nos faltaban 100 km para llegar a Santiago.
—“¿Solo hicimos 10?… ¿Lo lograremos?” —dijo alguien.
Y entre risas, uno del grupo confesó:
—“Anoche hablé largo rato con un peregrino muy interesante…”

Nos miramos.
—“¿Y quién va a ser el padrino de la boda?”
Nunca supimos quién era el misterioso peregrino. Pero todos teníamos nuestras sospechas.


🔔 Portomarín a la vista

La ciudad emergía a lo lejos, al otro lado del río Miño. Para llegar, debíamos cruzar el largo puente que une ambas orillas.
Antes de cruzarlo, hicimos una parada en un mirador con una campana peregrina.
Uno a uno, la hicimos sonar. Era nuestro grito de llegada. Nuestra señal al universo.

Al otro lado del puente…
una escalera interminable nos esperaba.
—“¿En serio?”
—“Sí… hay que subirlas para entrar a la ciudad.”

Subimos. Resoplando, riendo, venciendo la primera gran prueba.


🏨 La confusión (y el flirteo) del alojamiento

Tanto Almudena como Raquel se alojaban en otro sitio por temas de disponibilidad. Yo acompañé a ambas al check-in.

—“¿Cuántos se alojan?” —preguntó la recepcionista.
—“Dos”, respondí.
—“No, para mí son tres.”
—“No, somos dos.”
La recepcionista insistía.
Las chicas se reían.
—“Me parece que quiere que te quedes tú también…” —susurraron.

Finalmente, ellas se alojaron… y yo también. Pero en otro lugar.


🍺 Cerveza, misa y cena

Nos reunimos luego en un bar del pueblo. Una cerveza en mano, cansados, felices.
Y entonces, Raquel sentenció:
—“Hoy a las 19:00 h vamos a la misa del peregrino.”

—“¿Misa?”
—“Sí.”
—“…¿tenemos que ir?”
—“Sí.”

Y allí fuimos. Todos. Como una fila de niños entrando al colegio. La iglesia de Portomarín, con su imponente fachada, nos acogió.
Durante el saludo de la paz, El Párroco estrechó nuestras manos como si fuera una ceremonia sagrada. Y lo fue.
Salimos diferentes.

La cena fue tranquila. Un local tradicional, platos abundantes.
—“Galicia te da comida, camino… y corazón”, dijo Manuela, mientras servía pan como si fuera su casa.

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🌌 Cierre del día

Esa noche, el cuerpo pedía descanso.
Las mochilas ya estaban etiquetadas para la próxima etapa.
Y el corazón… el corazón se quedaba despierto, latiendo con fuerza.

Dormimos sabiendo que el Camino había empezado de verdad.


📍 Curiosidades de Portomarín (según la guía de viaje):

  • Su iglesia, San Nicolás, fue trasladada piedra a piedra desde el viejo Portomarín, hoy bajo el embalse de Belesar.
  • La escalinata de A Virxe das Neves, construida con restos de un puente medieval, es la entrada simbólica al pueblo.
  • En época de sequía se pueden ver los restos del antiguo Portomarín.
  • Portomarín es uno de los pueblos más icónicos y fotogénicos del Camino Francés.
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