Amanece con lluvia en O Porriño. Nada nuevo en Galicia en esta época, pero aun así todos nos miramos como si el cielo nos estuviera poniendo a prueba.
El albergue, pequeño y apretado, nos obligó a salir de a uno a la recepción para acomodar las mochilas. Todo iba bien… hasta que un grito alteró la paz: la Voz Serena, no encontraba su cartera. Pasaporte de peregrina, documentos, pasajes de vuelta… todo estaba ahí. El aire se volvió pesado y las lágrimas casi brotaron. Fue el Párroco, con su infinita calma, quien simplemente miró debajo de la cama y la sacó como si hubiese encontrado un tesoro escondido. La sonrisa volvió de inmediato a su rostro.

Para celebrar, la Voz Serena y Lucía decidieron tomar un chocolate de máquina automática. Lo que no sabían es que cada peregrino debe colocar su propio vaso. Durante unos segundos vimos el río de cacao derramarse glorioso por toda la recepción, hasta que la máquina paró y el suelo olía a navidad adelantada. Nadie pudo evitar reír.
Desayunamos juntos en un bar cercano y comenzamos la etapa. La lluvia nos acompañaba, pero también las sorpresas: las Valencianas arrancaron a ritmo veloz, dejándonos atrás en un suspiro. Poco después aparecieron Los Chicharreros, un grupo de amigos con canciones interminables que nos regalaron humor durante buena parte del camino.

Nos separaban casi 23 kilómetros de Arcade: lluvia, desniveles y paisajes verdes que parecían recién lavados. Luis (alias “Tapón”) tomó la delantera, acompañado de Robert, su fiel escudero. Nuestro mètre estrella, Luisito, avanzaba a paso firme, siempre señalando con precisión quirúrgica dónde había un buen pan o un pulpo memorable.
Nuestra querida Musa del Sendero caminaba con un aire distinto: era su última etapa con nosotros, y la mezcla de alegría y tristeza le dibujaba un brillo especial en los ojos.
En Redondela, la ciudad de los viaductos y punto de unión de los Caminos Portugués por la Costa e Interior, hicimos una parada técnica para hidratarnos. Allí sentimos el peso de la historia: esta villa marinera fue enclave estratégico en tiempos medievales y aún conserva ese aire señorial bajo sus puentes de hierro.
De nuevo en marcha, el final nos tenía preparada una decisión cruel: 300 metros con un desnivel del 5% o 70 metros al 15%. ¿Qué creen? Pues sí… elegimos el corto, y nuestras piernas aún se acuerdan.

La llegada a Arcade fue épica. Esta villa, conocida como la cuna de las ostras más sabrosas de Galicia, nos recibió con la promesa del mar cercano. El alojamiento tenía una terraza interna donde ya un grupo de peregrinos celebraba. Nos sumamos sin dudar.
Entre risas alguien preguntó:
—¿Quién es el sacerdote del grupo?
Y claro, seguimos con la broma hasta que la mentira se desmoronó. El estallido de carcajadas hizo el resto.
Fue entonces cuando apareció un nuevo amigo: “El Enólogo”. Un joven peregrino llegado desde Vigo por una variante del Camino Portugués. Con copa en mano nos fue explicando cada vino que abríamos… hasta que, entre brindis y anécdotas, nadie lo escuchaba ya. Solo reíamos.

No hubo misa —en Arcade el cura reparte su tiempo entre diez parroquias y solo celebra cada diez días—, pero sí hubo brindis. A medianoche, como cenicientas, subimos a nuestras literas. La etapa había sido larga, húmeda y feliz.
Mañana nos espera una ruta corta… pero no menos dura. Y como siempre en el Camino, lo mejor todavía está por llegar.



